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Gallinera

Zeus

Sierra Gallinera

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JOSÉ AUMENTE RUBIO

 

        El Sábado Santo del año 1990 un grupo de senderistas acampamos en el rellano del cortijo del Mollejón, a los pies de la Sierra Gallinera, que en esta su cara norte presentaba un aspecto quebrado y áspero, con paredes de roca caliza casi completamente verticales. A la luz de la candela contábamos historias de la sierra que nos disponíamos a explorar al día siguiente. Viejas leyendas de moros que hablan de una gallina de oro, enterrada con sus huevos dorados y relucientes muchas veces buscados y jamás encontrados; y la de aquel joven aficionado a la espeleología que acabó despeñándose en su intento de explorar una de las muchas cuevas que alberga esta sierra de alto interés ambiental e impronta paisajística. Las voces, aunque susurrantes, provocaban un inquietante eco en el sobrecogedor escenario que formaba la desafiante silueta de la Sierra Gallinera, recortándose en el oscuro cielo e iluminada por una espléndida luna llena; y hacía que un escalofrío recorriera nuestras espaldas. «Monte de los mitos, de la Gallinera enhiesta, que con su mole solitaria y su verde y profundo de intrincados arbustos, guarda bajo sus paredes vegetales y pétreas, un mundo de leyendas, que crea siempre la majestad del lugar y lo desconocido de sus recintos subterráneos», en palabras de Juan Bernier.

A la mañana siguiente iniciamos la ascensión desde la misma ermita de Los Villares, siguiendo la cuerda –justo por el límite entre los términos municipales de Priego de Córdoba y Carcabuey-, y recorrimos las tres prominencias, unidas por collados no muy pronunciados, que conforman esta alineación montañosa.

Fue mi primera excursión por la Sierra Gallinera, hace ya casi 27 años. Avanzábamos a duras penas entre aulagas, matagallos y tomillos, que se alternaban con empinados pedregales y abundantes canchales. En los escarpes rocosos, los pies de la hiedra se aferraban originando extrañas formas a modo de macetones. Enebros, cornicabras y sabinas recostados sobre el suelo por el empuje de los vientos daban paso, en la cumbre, a ese matorral espinoso y almohadillado típico de la alta montaña mediterránea, formado por especies tan interesantes como el piorno fino (Echinospartum boissieri), el piorno azul o asiento de pastor (Erinacea anthylis) y el pendejo (Bupleurum spinosum). Aunque donde se encontraban auténticas joyas botánicas era en los desplomes y tajos calcáreos, refugio de una flora fisurícola rara y escasa. Aquí crece Centaurea clementei, destacado endemismo del sur de España y noroeste de África, exclusivo de la Campiña Alta, Subbética y Grazalema, en Andalucía Occidental, que muestra llamativas y voluptuosas hojas de un blanco lanoso. Otra especie curiosa es Silene andryafolia, atractiva y robusta colleja también exclusiva de las montañas calcáreas del sur de España y noroeste de África, que crece en roquedos y tajos situados preferentemente en umbrías y por encima de los 1.000 metros de altitud. Aunque sin lugar a dudas la especie más interesante es Hypochaeris rutea, uno de los tres endemismos locales del subbético cordobés, o sea, en todo el mundo no se encuentra nada más que aquí y otros picos y sierras cercanas, como Horconera y Albayate.

En el vértice geodésico, a 1.097 metros de altitud, aprovechamos el descanso para disfrutar de unas estupendas vistas de la vertiente norte de las Sierras de Horconera y Rute, que se alzaban casi a nuestra misma altura, y de las que nos separaba el profundo valle de Vichira, pleno de olivos, y surcado por la carretera de Carcabuey a Rute. A nuestros pies, y al norte, quedaba la superficie aplanada de El Mollejón, donde acampamos la noche anterior, y más allá se divisaba la ermita de Cabra y gran parte de este macizo. Desde la cumbre se puede apreciar el diferente aspecto que muestran las dos laderas de la sierra.

Acceso restringido

La Gallinera es una sierra difícil de recorrer y que encierra gran interés ecológico, por lo que por motivos de seguridad y conservación su acceso debe estar restringido a personas con experiencia montañera o naturalistas muy respetuosos y conocedores de las especies endémicas que alberga dentre los escarpes rocosos y tajos calcáreos; pero sí que podemos acercarnos a contemplar su imponente aspecto.

Entre los kilómetros 8 y 9 de la carretera A-3226, de Rute a Carcabuey, cerca de la ermita de Los Villares, y cámping y posada del mismo nombre, se inicia otra carretera, la CO-7212, que conduce a los poblados de Algar y Gaena. Justo en el cruce surge un carril que cruza el arroyo Fuentecastilla y conduce a los cortijos del Mollejón y Mirasivienes, situados al mismo pie de la Sierra Gallinera, donde podremos admirar la cara norte, del lado de Carcabuey, de mayor pendiente y aspecto majestuoso.

Cerca del camino encontramos algunos manantiales que se encuentran ligados a materiales detríticos y derrubios que tapizan la ladera noroeste de la Sierra Gallinera. A un kilómetro del inicio del mismo, a la izquierda, se localiza el cortijo del Barralejo, y a unos 100 metros de éste, al noreste, junto a un nogal que destaca entre los olivos, encontramos la fuente del mismo nombre, asociada a una alberca cuadrada.

Por su parte, al lado del cortijo del Mollejón se encuentra la fuente de la misma denominación, con un pilar-abrevadero de unos ocho metros, dividido en dos partes, que tiene adosadas una pileta y una losa de piedra rayada para lavar y restregar la ropa.

 

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