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Cañada Blanca

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Cañada Blanca

A la cueva de los Mármoles, en Priego, se puede llegar por un camino que parte desde Castil de Campos y facilita el acceso a dos enclaves interesantes: el peñón del Águila y la sima de los Macarrones

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           Hasta la cueva de los Mármoles se puede llegar también por un camino que parte desde Castil de Campos y facilita además el acceso a dos enclaves interesantes: el peñón del Águila y la sima de los Macarrones. Este camino, conocido como de Cañada Blanca, atraviesa de norte a sur la sierra de los Judíos, complejo Kárstico de calizas mesozoicas formado por una meseta de 800 a 900 metros de altura que desciende suavemente al norte hacia Castil de Campos y que se corta por un abrupto talud rocoso hacia el valle que la separa de la gran masa cretácica de redondeados perfiles llamada Sierra de Albayate.

El camino se inicia en el extremo occidental de Castil de Campos, concretamente desde la calle Mirador; y deja a la izquierda, y rodea, un talud calizo que muestra una bella erosión alveolar, dando lugar a unos pequeños abrigos rocosos, utilizados como rediles. El camino asciende luego hasta un collado situado a unos 800 metros de altitud, donde se incorpora por la izquierda el camino que viene desde el mirador del cerro del Serval y la ermita del Rosario. A pocos metros, hace lo propio, esta vez por la derecha, un camino que se inicia en la carretera CO-8206. Desciende luego suavemente hasta un valle donde encontramos un nuevo cruce. Puede servir de referencia un curioso pozo con una techumbre cónica y cuya abertura lateral se cierra con una rústica puertecilla de madera.

Debemos proseguir por el camino que continúa hacia el sur, y asciende por una vaguada cubierta de olivos que, a cierta altura, en los cerros que la rodean a uno y otro lado, son sustituidos por encinas y espeso matorral. Próximos al arroyo se pueden ver algunos membrillos, vestigios de antiguas huertas ya desaparecidas. Gran parte de la sierra de los Judíos está ocupada por litosuelos calizos, donde se desarrollan los típicos fenómenos Kársticos de la Subbética Cordobesa, totalmente inútiles para la agricultura y ocupados por una vegetación de monte bajo con algunas manchas de encinar.

A nuestra izquierda se extiende una alargada loma, conocida como peñón del Águila, que presenta por su lado norte un abrupto espolón rocoso que la hace inaccesible, pero que se muestra más asequible si lo acometemos desde un collado situado al sur, para luego retroceder por la cresta hasta su cumbre, de 906 metros. Debemos ascender por el olivar hasta el límite del mismo para continuar por una veredilla que se abre paso entre el matorral, compuesto de chaparros, acebuches, coscojas, cornicabras, matagallos, jaras blancas, aulagas, espinos negros, tomillos y esparragueras. Abunda la ruda y el gamón, se ven rastros de jabalí e identificamos también excrementos de zorro y garduña.

La panorámica desde la cumbre es extraordinaria, con vistas a los castillos de Alcaudete y de la Mota, en Alcalá la Real; y esta estratégica ubicación no pasó desapercibida a nuestros más remotos antepasados. Entre el matorral y las atochas o cepellones de esparto, se adivinan unos grandes bloques de piedra que delimitan un perímetro rectangular. Seguramente se trate de un recinto fortificado, elemento muy significativo de la cultura ibérica, que estaría en consonancia con el carácter de frontera que tiene la comarca de Priego durante ese periodo.

Se trataría, por tanto, de una de las célebres torres de Aníbal, que citan las distintos autores latinos, como Tito Livio o Plinio. Independientemente de su mayor o menor antigüedad, actualmente parece quedar claro que, aunque su origen está en influencias púnicas, son levantadas por las comunidades íberas con un claro sentido de control y defensa territorial, seguramente en relación con los grandes oppida o poblados. Se alzaban sobre puntos elevados y estratégicos para controlar las vías de comunicación, y debían estar enlazadas visualmente unas con otras para transmitir los mensajes de forma rápida y eficaz.

Interesante cavidad

En la loma cubierta de monte bajo situada enfrente, hacia el oeste y al otro lado del camino de Cañada Blanca, se ubica una interesante cavidad, la sima de los Macarrones. La boca de la misma, de difícil localización, se encuentra a unos 915 metros de altitud, un poco antes de coronar dicha elevación. Esta sima se descubrió a principios de los años 70 gracias a la información recibida de un pastor, quien acompañó y enseñó la única boca de acceso que presenta. Su desarrollo vertical es de -35 metros y posee una extraordinaria belleza en base a la gran cantidad de espeleotemas, con formaciones de excéntricas, gours, coladas, columnas, banderolas, estalagmitas y estalactitas tubulares que asemejan macarrones, y que le dan su nombre a la cavidad.

Se trata de una diaclasa que se abre a nivel del suelo, presentando una pequeña boca de entrada de 40 centímetros de anchura, desde donde se accede a una menuda repisa fuertemente concrecionada. En este punto se hace la instalación para el descenso de los sucesivos tramos de pozo, que configuran el desarrollo vertical de esta sima. Situados en la base de este pozo, se continúa en sentido descendente por un pequeño caos de bloques. Una vez destrepado éste, se llega al punto más bajo de la sima. Volviendo a la base del pozo, tras trepar unos metros, se abre una galería en dirección sur-sudeste, y tras continuar por la misma nos conduce a la Sala de los Macarrones, que da nombre a esta cavidad. Partiendo de aquí la cueva continúa en dos direcciones: una hacia el sur, que nos conduce a la sala de la Virgen, mientras que la otra conduce a la Sala de la Columna y, finalmente, a la Sala de los Solitarios, donde termina la cavidad.

José Aumente Rubio

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Por José A. Espejo

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